Hoy 30 de julio se conmemora el segundo centenario del nacimiento de Emily Brontë, autora de «Cumbres Borrascosas».
Esta imagen está inspirada en el único retrato que se conserva de las tres hermanas Brontë y que se conserva en la National Portrait Gallery de Londres.
A propósito he recuperado un texto de Guillermo Altares publicado en El País en 2003 que nos recuerda que toda auténtica obra de arte está ligada a un paisaje.
Desde un lado de la casa se contempla la iglesia y, sobre todo, el cementerio, que está siempre unido a los templos anglicanos. Desde la otra parte, la vista no es mucho más reconfortante: allí empieza el páramo. Podría parecer un buen punto de partida para una película de miedo; sin embargo, la impresión no es terrorífica, aunque todo el lugar provoque una leve inquietud. Vistas de día, las tumbas ordenadas y limpias tienen un toque inocente, incluso evocador. El páramo parece también inofensivo; aunque su inmensidad, la larga sucesión de leves colinas que se pierden suavemente a lo lejos, en la que apenas se vislumbran unos pocos árboles solitarios y algunos muros de piedra, nos indica que es mejor no abandonar el camino si nos aventuramos en aquel espacio. En cualquier caso, el pueblecito de Haworth, corazón del condado de Brontë, en Yorkshire, en el centro de Gran Bretaña, donde se encuentra la casa en la que vivieron y murieron Charlotte, Anne y Emily, no decepciona al viajero: Heathcliff, el furioso y apasionado protagonista de Cumbres Borrascosas, no podría haber vivido en otro lugar.
«La curiosidad sólo está legitimada cuando la casa o la región de un gran escritor agrega algo a nuestra comprensión de sus libros. Ésta es la justificación que uno tiene para hacer un peregrinaje al hogar y al condado de Charlotte Brontë y sus hermanas», escribió Virginia Woolf en un artículo publicado en The Guardian en 1904. «Una tiene la impresión de que Haworth y las Brontë están inextricablemente mezclados. Haworth expresa a las Brontë, las Brontë expresan a Haworth», agregaba la autora de Las olas, quien había visitado Yorkshire en busca del recuerdo de la familia literaria más ilustre del Reino Unido. «En Haworth es donde Emily sitúa la turbulenta trama de su única novela, inequívocamente condicionada por la fusión de los personajes con la bravía belleza de aquel paisaje solitario», escribe por su parte Carmen Martín Gaite en el prólogo de su excelente traducción de Cumbres Borrascosas.
Situado al oeste de Leeds y Bradford y al norte de Manchester, el condado de Brontë se encuentra en West Yorkshire, en pleno territorio del páramo, una de las zonas más salvajes del Reino Unido. El páramo evoca amplios horizontes y una profunda sensación de soledad. Las colinas de los Pennines, que forman la columna vertebral geológica de la región, parecen inocentes a primera vista: una tierra de pasto, ovejas -Haworth era un importante centro de producción de lana, como casi todas las localidades cercanas-, riachuelos y espacios inmensos. En el camino, el páramo es otra cosa: resulta fácil perder cualquier referencia humana, las colinas presentan caras mucho más escarpadas de lo que podría parecer; en verano hay barro, y en invierno, hielo y nieve, el viento, una tierra negra, dura y rocosa…
Una mano fantasmal
No podemos olvidar que es el lugar donde arranca Cumbres Borrascosas, con aquel viajero perdido en la nieve que encuentra la mansión que da título a la única y genial novela de Emily Brontë. Cuando la protagonista abre la ventana de su habitación al escuchar ruidos en el exterior, siente el contacto de una mano helada y fantasmal. Poco después, el lector conocerá un sueño de Catherine: «Lo único que iba a decirte es que el cielo no parecía mi casa. Se me partía el alma de puro llorar porque quería volverme a la tierra y los ángeles se enfadaron tanto que me echaron y fui a caer en pleno páramo».
La familia Brontë llegó a Haworth en 1820, cuando el reverendo Patrick Brontë se hizo cargo de la parroquia del pueblo, que entonces contaba con 3.000 habitantes y un índice de mortalidad infantil realmente terrorífico: un 40% de los niños morían antes de cumplir los seis años. Emily había nacido el 30 de julio de 1818 en una localidad cercana: Thornton. Se instalaron en un pequeño cottagevictoriano, al lado del templo, el Parsonage, donde se encuentra actualmente el museo y la sede de la Brontë Society. La historia familiar es conocida y terrible: todos los hermanos murieron jóvenes y sin descendencia. En el caso de Emily, falleció de pulmonía el 19 de diciembre de 1848, a los 30 años, una enfermedad que contrajo durante el entierro de su hermano Branwell, en cuya salvaje personalidad dicen los críticos que se inspiró para crear a Heathcliff.
Muchos años después de todo aquello, el fetichismo literario, la sana curiosidad y el amor por Cumbres Borrascosas o Jane Eyre han convertido Haworth en uno de los principales lugares de peregrinaje literario de Gran Bretaña, una isla donde esta práctica está muy extendida. La llegada al pueblo produce cierta sensación de desconfianza. En principio, no hay demasiados rastros de la desolación que se atribuye a Yorkshire. Se atraviesan unas cuantas rotondas, centros comerciales y grandes superficies, gasolineras y algún pub de sonoro nombre como Black Moors (Páramos negros). Ya en Haworth, el viajero descubre rápidamente cuál es la industria turística local: el Brontë Hair Salon o la tienda Cumbres Borrascosas no dejan lugar a dudas. El cielo grisáceo y los charcos de una reciente lluvia -¿existe el buen tiempo en esta zona del planeta?- sirven para ir entrando en el ambiente; aunque el encanto aparece definitivamente con la llegada a la casa de las hermanas.
La extensión del páramo
Allí las cosas han cambiado muy poco. Si nos atenemos a la descripción que hizo Charlotte de la vista que se contemplaba desde la ventana de su cuarto, podemos decir que no han cambiado nada: «Sentada en mi cama, fijaba los ojos en la ventana, a través de la que no se vislumbraba otro paisaje que la monótona extensión del páramo y la torre grisácea de la iglesia que surgía del centro del cementerio, tan lleno de tumbas que la maleza y las malas hierbas apenas tenían espacio para crecer entre las lápidas».
En la casa, un sobrio edificio de ladrillo con amplias ventanas blancas de guillotina, la Brontë Society -que compró el lugar a la parroquia en 1927 para abrir el museo- ha ido colocando los objetos en el mismo estado en que los dejó la familia. Un periódico sobre el escritorio del reverendo, una balanza sobre la robusta mesa en la que Emily hacía el pan mientras aprendía alemán en libros que siguen allí. Los muebles, la ropa, las tazas de té -floreadas, naturalmente-, los arcones, una cama con dosel, las lámparas de aceite, el pequeño piano de pared, los utensilios de cocina, todo ello repartido en una docena de habitaciones -incluida la del servicio- y en dos modestas plantas, nos acercan al ambiente de la vida rural y aparentemente apacible -es verdad que todas estas estancias están también teñidas por la enfermedad y la muerte; pero eso, en la Inglaterra del siglo XIX, formaba parte de la existencia- y hacen aún más incomprensible el misterio que siempre ha rodeado a las hermanas Brontë. ¿Cómo pudo surgir de aquella severidad anglicana ese torrente de creatividad, esa insólita descripción de los sentimientos más terribles? ¿Cómo pudo Emily, sin apenas haberse movido de Haworth y de aquella sencilla casa, sin haber conocido varón, hacer un relato de la pasión, del odio, del mal, de las sombras en las que puede adentrarse el ser humano llevado por unos sentimientos incontrolados? ¿Cómo surgió de allí Cumbres Borrascosas, una de las mejores novelas de la historia, escrita cuando su autora sólo tenía 28 años?
La copia del famoso retrato realizado por Branwell -el original se conserva en la National Portrait Gallery de Londres- de Anne, Emily y Charlotte, que se exhibe en una de las habitaciones, tampoco aporta muchas pistas: son tres hermanas muy al estilo de Sentido y sensibilidad, cuyas miradas modosas no dejan entrever la rotundidad y la fuerza de sus libros -claro que, en general, si hay algo que engaña es el aspecto de un escritor.
Una vez completada esta primera etapa del camino -previo paso por la nutrida tienda del Parsonage, donde uno puede hacerse socio de la Sociedad Brontë, lo que da derecho a entrar gratis en la casa, recibir los dos números anuales de su revista, ser invitado a conferencias y a almuerzos literarios, además de participar en charlas con especialistas y en excursiones-, el siguiente objetivo pasa directamente por la literatura: la búsqueda de los escenarios donde transcurre la única novela de Emily. La pregunta del millón, a la que están hartos de responder, aunque lo hacen con mucha amabilidad, en la oficina de turismo local, es: ¿dónde está Cumbres Borrascosas? La respuesta es casi metafísica: el lugar existe, pero no existe, esto es, hay un chamizo ruinoso en mitad del páramo, a tres millas del pueblo, en un lugar llamado Top Withins, donde la tradición local dice que Emily situó la siniestra mansión que da título a su libro. La casa no tiene nada que ver, el paisaje sí.
Cabras al acecho
El camino no es difícil, pero conviene ir equipado con calzado cómodo, algo de agua, un jersey (el calor es un concepto desconocido en aquellas latitudes) y ganas de andar durante un par de horas. No hace falta mapa puesto que está perfectamente señalizado: en cada encrucijada hay un poste con flechas que indica la buena dirección. Y, sin duda, merece la pena: la belleza desoladora del páramo es toda una experiencia. A veces verde, a veces violeta, otras amarillo -en invierno es todo mucho más uniforme-, es un paisaje que se pierde en el horizonte, que se mezcla con un cielo de nubes constantes y rápidas. Hay que sentir el barro negro del camino bajo los pies, experimentar el constante dominio del viento.
En mitad de todo esto, al fondo de una pequeña loma se encuentra Top Withins. Hay unos pocos caminantes, aunque no rompen el encanto. Cosa que no se puede decir de las cabras que lo habitan. Estos animales, normalmente huidizos o indiferentes cuando uno se los cruza en el camino -junto a las ovejas, son los únicos seres vivos que uno se topa por la zona, además de los excursionistas-, se vuelven unos implacables devoradores de meriendas y resulta casi imposible hacer un reposo culinario sin tener a uno de esos bichos, de dientes inmensos y verdosos, literalmente encima. Conclusión: lo mejor es sentarse a contemplar el paisaje sin hacer ningún signo -basta con abrir la mochila para que comience la persecución- que pueda despertar el apetito de estos rumiantes. Una sencilla placa, cortesía de la Sociedad Brontë, colocada sobre uno de los muros de lo que ahora es una ruina, nos aclara el misterio del lugar: «Esta granja ha sido relacionada con Cumbres Borrascosas, el hogar de los Earnshaw en la novela de Emily Brontë. El edificio, incluso cuando estaba entero, no tenía ningún parecido con el que describió; sin embargo, su emplazamiento podía haber estado en su cabeza cuando escribió sobre su ubicación en el páramo. Esta placa ha sido colocada aquí en respuesta a muchas preguntas».
El viajero comprende un poco más. La impresión de soledad, la profunda inquietud que produce el páramo -durante una tormenta en invierno, ni un ejército de san bernardos ni los marines podrían salvar a alguien extraviado-, la fuerza de un paisaje en el que casi no se distinguen huellas humanas, la dureza rocosa de la tierra y el cielo… Hay pocos lugares en el mundo tan propicios para despertar una imaginación romántica y, necesariamente, sombría. En uno de los momentos clave de la novela, cuando Heathcliff se va para volver henchido de venganza años después, Catherine dice: «Mi amor por Linton es como el follaje de un bosque, y estoy completamente segura de que cambiará con el tiempo, de la misma manera que el invierno transforma los árboles. Pero mi amor por Heathcliff se parece al cimiento eterno y subterráneo de las rocas; una fuente de alegría bien poco apreciable, pero no se puede pasar sin ella. Nelly, yo soy Heathcliff…». Virginia Woolf tenía razón: conviene ir a Haworth, llegar hasta Top Withins, para volver a leer Cumbres Borrascosas y comprender por qué el amor más salvaje es como el páramo.
Guillermo Altares.
El País 23 de agosto de 2003