Durante la Edad del Hierro gran parte de la península ibérica estuvo poblada por un conjunto de tribus de raíz céltica y marcado carácter guerrero. Sus formas de vida y religiosidad pagana les llevó a venerar a sus dioses en destacados lugares naturales, concebidos como altares donde realizaban rituales y ofrendas religiosas.
En Gete (Pinilla de los Barruecos, Burgos) hasta 2019 se han descubierto cinco altares, todos ellos ubicados en espacios naturales, formando un conjunto ritual para ceremonias religiosas, políticas y sociales. Este conjunto de altares lleva a considerar esta zona un santuario celta, con un papel relevante en la historia ya que esta zona fue el límite geográfico entre tribus de pelendones, turmogos y vacceos.
Para los celtas, el mundo estaba organizado en dos ámbitos: el mundo vital y lo que estaba fuera de él. Al primero correspondían las personas y el poblado, delimitado generalmente por murallas que les defendían y separaban del otro mundo.
El otro mundo correspondía a la naturaleza, inmensa y salvaje, donde los espíritus (númenes), los dioses y los animales hostigaban a las personas. Sin embargo, en esa naturaleza había lugares especiales donde los dioses se comunicaban con los humanos que les imploraban y daban ofrendas por los dones recibidos. Estos lugares eran santuarios naturales, que podían ser de diversos tipos (cuevas, rocas, bosques, árboles, lagunas, etc.)
Todos estos lugares naturales, eran mágicos y en ellos los druidas, a modo de sacerdotes, realizaban ritos para buscar la protección de los dioses.
Texto: Óscar González Díez (ADES)
Ilustraciones y maquetación: J.R. Almeida