Algunas de las ilustraciones para la señalización del castro de Peña Amaya (Amaya, Sotresgudo, Burgos). Proyecto de Patrimonio Inteligente.
AÑO 574: “…el rey Leovigildo penetrando en Cantabria…, ocupa Amaya, conquista sus fortificaciones y reintegra bajo su autoridad a la provincia”. Juan de Bíclaro, Chronicon.
AÑO 712: “Llegó (Tarik ben Ziyad) después a la ciudad de Amaya, donde encontró alhajas y riquezas…”. Al-Macqari.
AÑO 860: “En la era 898 (año 860) el conde Rodrigo repobló Amaya y asaltó Talamanca”. Anales Castellanos Primeros.
Esa Amaya tan codiciada por visigodos, musulmanes y por la naciente Castilla se levantó en lo que conocemos como Castro de Peña Amaya, que ocupa el extremo oeste del macizo de Peña Amaya, un enérgico relieve en el borde meridional de Las Loras, asomado sobre la campiña como un bastión inexpugnable.
Perfectamente diferenciado del resto del relieve por el tajo de la fuente Hongarrera, el castro ocupa más de 50 ha con dos sectores a diferente altura. En el banco calizo inferior, 200 m sobre el fondo del valle, se reparte casi toda el área de habitación, en su momento protegida en algunos tramos por una muralla. Más de 100 m por encima se encuentra el promontorio del castillo, que junto con las estrechas plataformas de su ladera sur forman un último reducto de defensa.
La protección que le brinda su configuración natural, la existencia de fuentes permanentes y el dominio visual sobre un vasto territorio son factores que no pasaron inadvertidos. Las cuevas que horadan los cantiles fueron frecuentadas desde al menos los tiempos de la cultura Campaniforme, hace unos 4000 años, pero será en el Bronce Final, hace 3000 años, cuando podemos fijar la primera ocupación estable. El castro permanece habitado durante la Edad del Hierro, al menos en su segunda fase, la de los cántabros históricos, y verá de cerca las legiones de Roma durante las Guerras Cántabras y Astures (29-19 a. C.).
Tras el conflicto acogió un destacamento legionario, que cumplió labores de vigilancia hasta cerca del año 40 de nuestra era. Su marcha no supone el abandono de la plaza, pues continúa su vida a lo largo de todo el Imperio y, según las crónicas, así seguía a finales del siglo VI, como el centro de un poder autónomo que el rey visigodo Leovigildo ve necesario someter. Dentro del reino, poco antes de la invasión musulmana, Amaya es capital ducal de Cantabria y sede episcopal; por ello, el ataque del 712 de Tarik, el conquistador musulmán de la Península, tiene por objeto descabezar esta capital norteña, último reducto del poder visigodo.
Por su relevancia pasada, tras un periodo de abandono, esta será una de las primeras plazas repobladas al sur de la Cordillera Cantábrica, ya a finales del siglo VIII, aunque su incorporación oficial al reino astur se produce en el año 860 por iniciativa de Rodrigo, el primer conde que se asocia al nombre de Castilla. La vida de la Amaya medieval, plaza fuerte de la primera Castilla, que verá restaurado su obispado, con su aldea y el castillo del promontorio, continúa hasta avanzado el siglo XIV.
(Texto: Patrimonio Inteligente)